En julio del año pasado viajé con la GS 1150 a Uruguay desde Marília
(estado de São Paulo). Fue un buen viaje, aunque tuvo un final inesperado. Esto
fue lo que pasó:
Desde que soy motero y empecé a
viajar, de eso hace ya muchos, demasiados años, tenía la ilusión de recorrer
América con mi moto. Salvo Estados Unidos y Canadá no es un continente fácil
para ello. Si a las infraestructuras en general penosas, salvo contadas
excepciones, unimos la violencia y la inseguridad de la mayoría de los países
americanos, el viaje se convierte en muchos casos en una auténtica aventura.
Mi alma motera estaba
pidiéndome a gritos empezar a hacer realidad ese sueño aparcado desde hacía muchos
años. Así que llegué a la conclusión de que en algún momento había que dar el
primer paso, o, para ser más precisos, que las ruedas dieran la primera vuelta.
Pensé para empezar en un viaje “facilito y seguro”. ¿Qué tal si compruebo que
Uruguay sigue en el mismo sitio? Ya conocía Montevideo. Los que hayáis estado
por ahí sabéis que no está en la lista de las ciudades más bonitas del mundo,
pero para mí tenía un atractivo especial. Debía hacer una serie de cosas a la
moto, entre ellas cambiar los dos neumáticos, algo que en Brasil me iba a suponer
un auténtico dineral. No es que en Uruguay lo regalen, pero después de
solicitar precios por Internet vi que tenía la excusa perfecta para darme un
garbeo de varios miles de kilómetros y defraudar un poco a la Receita Federal
brasileña (Agencia Tributaria), que siempre calienta el corazón.
Algo que aprendes cuando vives
en América es que aquí todo es grande. Las distancias son gigantescas. Lo que
en el mapa parece que está “al lado” en la realidad son cientos de kilómetros y
sobre todo muchas horas de viaje. Para llegar hasta Montevideo tenía que salir
del estado de São Paulo, atravesar otros tres estados brasileños más (Paraná,
Santa Catarina y Río Grande del Sur), mayores en extensión que muchos países
europeos, además del propio Uruguay, pues la capital está en el Sur, junto a la
desembocadura del Río de la Plata. En total 2.200 kilómetros ,
algo así como Madrid-Hamburgo (Norte de Alemania), con la diferencia de que las
carreteras que habría encontrado en este caso no son ni por asomo como aquellas
por las que iba a pasar. ¿No quería aventura? Pues toma aventura.
Me gusta mucho viajar en moto,
es una de las cosas más divertidas que se pueden hacer vestido, pero para
viajar por Brasil en moto, las dos ruedas te tienen que gustar más que a un
español comer con la mano. Las carreteras son, ¿cómo os lo explicaría yo?,
indescriptibles. En un país con una corrupción política e institucional que se
come literalmente los recursos, el trabajo y el esfuerzo de los ciudadanos, las
carreteras son simplemente desastrosas en su mayor parte y con un tráfico
demencial. Las rodovías federales,
las equivalentes a las carreteras nacionales en España, son casi todas de
peaje. Hay que tener una falta de vergüenza sin límite para cobrar por circular
por una carretera de dos direcciones, de asfalto malo o muy malo en la mayoría
de los casos, que no siempre tiene arcén, que cuando lo tiene suele estar lleno
de piedras o agujeros y que por norma carece del mantenimiento adecuado.
Carreteras en estado penoso o
calamitoso, millones de camiones conducidos por psicópatas, resto de
conductores para los que el código de la circulación es algo de lo que han oído
hablar, pero que no saben muy bien lo que es, y la posibilidad más o menos
remota, pero real, de que a alguien le guste en exceso tu moto, decida que ya
ha sido tuya demasiado tiempo y que ya es hora de que cambie de dueño… Con
estas premisas quizá lo más sensato habría sido quedarse en casa tomando
cervezas y viendo pasar los días. No soy de esos. Así que me lié la manta a la
cabeza, me subí a la moto y, Uruguay, espérame que voy para allá.
El viaje hasta Montevideo no
tuvo nada de especial. Uno ya está acostumbrado al jeito brasileiro (manera brasileña) de conducir. Si quieres
sobrevivir aquí, en el sentido literal del término, tienes que aguzar al máximo
tus sentidos y sobre todo poner en práctica lo que los americanos llaman
“defensive driving”. Ahora estamos en invierno (hice el viaje en julio de 2012),
y aunque en Marília no haya mucha diferencia con el verano, conforme vas
bajando hacia el Sur el frío sí se hace notar. Tuve mucha suerte en todo el
viaje pues no pillé lluvia, pero sí disfruté de una ola de frío polar
procedente de la Antártida. En Montevideo la temperatura máxima uno de los días
fue de 5º, pero el fuerte viento hacía que la sensación térmica fuera muchísimo
menor.
Mi mujer fue mucho más lista y
llegó hasta Uruguay en avión, pero no “disfrutó” tanto como yo… Hicimos un poco
de turismo tranquilo, la moto recibió las atenciones que precisaba y ya era
hora de volver para casa. Avión para la señora y otros 2.200 kilómetros
para mí. Seguía haciendo un frío del carajo, pero eso a los pingüinos como yo
nos anima. Cuando compré la moto hace un año, vi que entre los accesorios tenía
los puños calefactables. Pensé que iba a ser algo inútil en un país como
Brasil, pero tanto en Uruguay como en Río Grande del Sur los usé a pleno
rendimiento, junto con unos maravillosos guantes de invierno comprados en
España. La vuelta me la tomé con más calma y la dediqué a recorrer un poco más
detenidamente los dos estados brasileños más al Sur.
El viaje transcurría sin
mayores contratiempos, todo dentro de la “normalidad” brasileña, hasta que el
último día, domingo por la tarde, a una hora de casa, ocurrió lo que nadie
quiere que ocurra. Camión cargado hasta los topes, circulando a treinta
kilómetros por hora, fila de coches detrás esperando poder adelantar, y el
intrépido y aguerrido Perico con su amoto que viene de comerse el mundo. El coche
de delante se aparta gentilmente para que le pase. Hay raya continua. ¿Qué
hago, aprovecho la gentileza de tan amable conductor o espero?, pienso. Doy un
golpe de gas y paso. El adelantamiento duró menos de lo que habéis tardado en
leerlo. Pero la Ley de Murphy se cumple inexorablemente. Pisé medio metro la
raya continua y por supuesto ahí estaban dos solícitos agentes de la Policía
Rodoviaria Federal para dar fe de tamaña felonía. Al verlos lo tuve claro al
instante: Perico, la has cagao. Uno de ellos saltó como un resorte desde el
arcén hasta el centro de la carretera y dirigió su dedo acusador contra mí,
indicándome que parara. El resto ya os lo imagináis:
¾Documentación¾No me la pidió por favor, ni me
dio las buenas tardes, ni me deseó lo mejor para mí y mis allegados. ¡Qué
carácter! Le di los papeles de la moto, mi carné español y el internacional.
Fue hacia el coche donde estaba el otro vampiro. Hablaron un rato y volvieron
los dos. Yo ya me imaginaba lo que venía a continuación. El vampiro más joven
me dijo:
¾Voy a
multarle por haber pisado la línea continua.¾Vaya novedad. Yo tenía
claro que la cosa no iba a acabar aquí¾ El jovencito continuó:
¾Además,
usted no tiene el carné de conducir brasileño¾ Ahí le duele, sí
señor. Traté de defenderme como gato panza arriba argumentado que después de que
sus colegas en Brasilia marearan la perdiz durante año y medio, por fin el
estado brasileño había tenido a bien concederme la residencia legal y que la
tarjeta me la habían entregado el mes de mayo pasado (estábamos en julio),
aunque la fecha de expedición fuera noviembre de 2011.
¾Ya, pero
usted tiene 180 días para obtener el permiso brasileño y ya ha transcurrido ese
plazo¾fue
la respuesta del poli. Insisto muy educadamente y sin éxito en que por culpa de
la desastrosa burocracia brasileña mi tarjeta de residencia me estuvo esperando
meses metida en un cajón sin que nadie supiera dar cuenta de ella. Es inútil,
el tío es inflexible. Su siguiente frase empieza a intranquilizarme:
¾No puede
continuar el viaje.¾Houston, tenemos un
problema. Pero lo peor estaba por llegar:
¾O senhor
não está habilitado para dirigir no Brasil (Usted no está facultado para
conducir en Brasil)¾Nunca olvidaré esta frase.
Llevaba casi dos semanas tratando de sobrevivir en una jungla de psicópatas de
la carretera. En este país hay un montón de tipos analfabetos totales que han literalmente
comprado el carné de conducir, pero eu
não estou habilitado para dirigir no Brasil. Manda huevos, que dijo
aquél. A veces la vida es injusta. La sangre empezaba a coagularse en mis venas.
En pleno proceso de coagulación el tipo continuó:
¾La
moto se va a quedar aquí porque usted no puede seguir, a no ser que usted llame
a alguien para que venga a buscarla¾ Yo sé cómo se resuelven muchas
situaciones de estas en Brasil, pero no es mi estilo. Supongo que el tío
estaría pensando: extranjero, cincuentón, moto cara, cartera llena de billetes,
que empiece a soltar. No soy un tío nervioso, y en las situaciones complicadas
afortunadamente suelo conservar la cabeza fría. El soborno nunca entró en mis
planes. Si la había jodido por pisar la maldita raya y estar sin carné
brasileño, aunque lo segundo fuera discutible, tendría que apechugar con lo que
viniera. Además, con la suerte que tengo en estos casos, sólo me faltaba
intentar sobornar a un agente que perteneciera al escaso tanto por ciento no
sobornable del país. Le contesté secamente:
¾Lo
siento, pero no conozco a nadie que pueda llevar la moto hasta Marília y le
aseguro que la moto no se va a quedar aquí en la carretera¾me miró con sorpresa y
su compañero le hizo una seña. Se apartaron unos metros y hablaron entre ellos.
Volvieron. Recibí una propuesta:
¾Vamos a
hacer lo siguiente: vamos a escoltarle hasta el puesto de policía de X. (la ciudad en la que
estábamos) y desde allí llama usted a una
grúa.
¾De
acuerdo¾contesté,
tampoco tenía una opción mejor. Fui detrás de su coche. En estos momentos te
pasan por la cabeza las imágenes que has visto mil veces en las películas. ¿Qué
pasaría si yo ahora enroscara el puño y saliera echando leches, haciendo
derrapar la rueda? Pues nada, chaval, no vas a salir corriendo porque, primero,
tienen los papeles de tu moto, tu carné de conducir español, tu tarjeta de
residencia brasileña y tu pasaporte español. Y segundo, por si lo antes dicho
no fuera un argumento de peso, ¿has visto las armas que llevan colgando de la
cintura, aparte de lo que posiblemente guarden dentro del coche? ¿Todavía no
sabes cómo las gastan los polis en este país, y que la gente les tiene casi más
miedo a ellos que a los criminales? Pues eso, sé buen chico. Tranquilos, hice
caso a mi superyó, y los noticiarios y Youtube se perdieron unas buenas
imágenes de una persecución policial.
Llegamos
al puesto. Allí nos recibe el que quedó de retén. Pocas veces he visto un poli
con más pinta de chuloputas que éste. La madre que lo parió, era un matón con
uniforme. Ya estaba al tanto de todo porque me preguntó directamente:
¾¿Qué
piensa hacer usted?
¾Voy a
llamar al seguro para que me manden una grúa, aunque como esto es un caso
especial no sé si la póliza lo va a cubrir¾ El chulo, sin embargo,
parecía tenerlo claro:
¾Un caso
así no lo cubre el seguro, se lo digo yo. Si quiere yo le puedo buscar una grúa
de confianza.
No
me lo podía creer, el chuloputas quería redondear el día ganándose una propina
del de la grúa. Hay que tener cara, pero estos cabrones tienen cara para esto y
para cosas mucho peores. No sé cómo conseguí contener las ganas que me dieron
de cogerle la pistola y gastar en él todas las balas. Con mi mejor sonrisa le
contesté:
¾Gracias, pero
voy a intentarlo.
Lo
intenté y salió. Los astros se alinearon y el teléfono tenía carga, había
cobertura, y lo más importante, pude establecer la conexión con la asistencia
en carretera del seguro (no os podéis imaginar lo “bien” que funcionan (¿?) las
operadoras de telefonía móvil en Brasil). La chica que me atendió me dijo que
en un máximo de una hora tendría una grúa para llevarme a casa y que me
pondrían un taxi a mi disposición hasta Marília. Le di las gracias por el taxi,
pero preferí ir en el camión con la moto y asegurarme de que ésta llegara bien
(los moteros entenderéis esto).
Mientras
tanto uno de mis amigos había empezado ya a empapelarme. Joder, Perico,
campeón, dos multas en un día. Los otros dos estaban viendo el fútbol. ¡Lástima
que el partido no hubiera empezado antes! Para esperar me tumbé fuera en la
hierba y me puse a leer con el fin de evadirme un poco de todo el marrón que me
había caído en la última media hora.
A los 55 minutos de la llamada
al seguro apareció un camión grúa con rampa para subir la moto. No me lo podía
creer, a veces las cosas funcionan en este país, aunque es lo menos que se puede
esperar, dado lo que pago por el seguro. Colocamos la moto en la plataforma y
sólo en ese momento, y después de anotar la matrícula del camión, uno de los
policías me devolvió todos mis documentos. Los últimos kilómetros los hice
escuchando a Pink Floyd y Deep Purple en la radio del camión. ¿Se puede tener
más suerte? Pues sí, imaginaos que la poli me hubiera parado en el Sur a 1.800 kilómetros
de casa. El que no se consuela es porque no quiere.
¿Cuál es mi situación legal
ahora? A mis casi cincuenta y ocho tacos he sufrido una regresión a los
dieciocho. De momento lo único que puedo conducir en este país son bicicletas,
monopatines y patinetes de dos y tres ruedas, sin motor, claro, o correr como
Forrest Gump. Parece ser que hay un convenio entre España y Brasil para el tema
de la convalidación de los permisos de conducir, pero es un convenio envenenado.
Para obtener el carné de moto y el de coche tengo que hacer un examen teórico,
y para ser eximido del práctico entregar mi carné español, que supuestamente
sería a su vez devuelto a la DGT en España. Antes me corto un brazo u otra cosa
peor que entregar mi carné español. Así que, efectivamente, lo que estáis
pensando: si quiero seguir conduciendo tengo que meterme en una papelada de
narices (no podía ser de otra forma en Brasil), matricularme en una autoescuela
(tengo verdadera curiosidad morbosa por saber qué coño enseñan en ellas), dar
un mínimo obligatorio de clases teóricas y prácticas y examinarme también del
teórico y del práctico de moto y de coche. Con un par. No sé todavía por cuánto
me va a salir la broma, pero entre impuestos, tasas, material, clases, y varios
no va a ser poco. No tengo carné todavía y ya tengo puntos (en Brasil vas
sumando). ¡Soy la leche!
¿Alguien dijo que viajar en
moto es aburrido y que nunca pasa nada? Pues eso.